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Educación, ilustración y musas del arte. México, siglo XIX
Después de que nuestro país consiguiera su independencia en 1821, los asuntos urgentes por solucionar fueron diversos. El tema educativo resultó prioritario, siendo uno de los grandes pilares para establecer las bases que dieran identidad al naciente estado; sin embargo, en este periodo, la Iglesia continuaría teniendo una función educativa muy importante.
En 1823, el Supremo Poder Ejecutivo y, posteriormente, el presidente Guadalupe Victoria, declararon que la «ilustración pública» de los niños y jóvenes, era el único camino para lograr la prosperidad de los pueblos. En el primer proyecto educativo, se enunció que todos los ciudadanos tenían derecho a la instrucción gratuita; estableciéndose así las escuelas de primeras letras, destinadas a la educación de los niños, niñas y adultos.
Para 1824, como parte del primer currículo de primaria, debían estudiarse asignaturas fundamentales como gramática, escritura, aritmética, geometría, dibujo, catecismo religioso y moral; por supuesto, no podía faltar la lectura de la Constitución Política de México. De esta forma, empezó a combinarse la instrucción elemental con la educación cívica de los futuros ciudadanos. Entre 1840 y 1850, la inestabilidad política y la profunda crisis económica causaron muchos desequilibrios; sobre todo a raíz de la guerra con Estados Unidos y a los constantes enfrentamientos entre los grupos liberales y conservadores. Sin embargo, a pesar del caos, se continuaban debatiendo los proyectos educativos del país.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, los liberales pusieron mayor énfasis para que todos los planes educativos quedaran bajo la dirección del Estado, y así separar a la Iglesia mexicana de tales ámbitos. Con estos nuevos parámetros de legislación educativa, plasmados en la Constitución de 1857, la instrucción de los niños y jóvenes continuó siendo prioridad, así como las materias de formación cívica.
Durante el gobierno de Benito Juárez (1867-1872), se prestó particular atención a la enseñanza de la historia y la geografía de México, tanto a nivel primaria como secundaria; para dicho propósito, se prepararon programas y libros escolares. En el Porfiriato (1876-1910), el estudio de la historia y la geografía continuaron teniendo preferencia; de esta forma se propuso eliminar la memorización de nombres y lugares para abrir nuevos espacios a la investigación, al análisis y a la explicación.
Con Porfirio Díaz se impulsó un proyecto modernizador, científico y laico, con el objetivo de que la educación fuera pública, gratuita y permeara hacia todos los rincones del país. Asimismo, en las últimas décadas del siglo XIX, México empezó a tener una presencia internacional más fuerte. Las exposiciones universales contribuyeron mucho, como la Histórico-Americana de Madrid, donde nuestro país tuvo una participación muy significativa y pudo mostrar la grandeza cultural de las civilizaciones prehispánicas.
La Biblioteca Franciscana resguarda estos testimonios bibliográficos, evidencias de las preocupaciones e inquietudes por hacer de México un pueblo ilustrado. Como bien argumentó el científico Manuel Orozco y Berra, con la enseñanza y difusión de obras históricas, también se ofrecía un servicio «a nuestra pobre patria», sacando «del olvido a un país rico y hermoso», pero sobre todo, irradiando las luces a «un pueblo harto, digno de mejor suerte».